jueves, 30 de octubre de 2008

¿Por qué?




Hay momentos en la vida en los que uno necesita abalanzarse sobre las teclas de un ordenador, para expresar lo que ha sentido en un momento horrible, para vomitar toda la rabia que hay en el interior, para intentar buscar explicaciones a lo inexplicable. Nunca pensé que tendría que hacer esto, pero siento la necesidad de que lo tengo que hacer, al menos para desahogarme. Hoy los hijos de puta de ETA (no se me ocurre otro calificativo), han atentado contra mi universidad. Yo vi con mis propios ojos como explotaba ese coche. Apenas me separaban unos 50 metros del parking donde estaba aparcado. La casualidad quiso que estuviese allí, me disponía a pasar al lado del parking. No sé como expresar lo que sentí en aquel momento. Lo único que recuerdo nítadamente es el ruido de la explosión y las llamas que salían del vehículo. Poco más.


Pasaba por allí porque me dirigía al edificio central del campus para asistir a mi clase de arte. En realidad no tendría porque estar allí. Tendría que haber estado en la puerta del edificio central, fumando mi cigarro y esperando a que los 15 minutos de descanso se terminasen. Pero no. No estaba allí. Había decidido comprar un boli, porque al mio casi no le quedaba tinta. Yo soy así lo dejo todo para última hora. La tienda donde los venden está en el edificio de bibliotecas, justo al lado del parking. Así que para allí me fui. Entre una cosa y otra salí del edificio sin comprar el boli. Caminaba a paso rápido por la esplanada que está en frente de la biblioteca . Consulté mi movil y tras comprobar que ya era bastante tarde y mi clase estaba a punto de empezar, apreté más mi paso. Marcaba las 10:57 de la mañana. Segundos después pasaba aquello.


Tras la explosión me quedé durante un buen tiempo sin escuchar nada. Mis oídos pitaban mucho y los notaba huecos, me costaba oir. No tuve que pensar mucho para saber quienes eran los autores de aquella salvajada. Los de siempre, ETA, esos que como dice un dicho popular tiran la piedra (en este caso bomba) y esconden la mano. Los asesinos, que creen que a fuerza de bombas van a imponernos su ley. En ese momento no podía hablar o no me estaba escuchando a mi misma, pero en mi cerebro retumban estas palabras. "Cabrones, hijos de puta, porque no dais la cara". Fue lo primero que se me ocurrió, mi rabia sólo me permitía que mis palabras fueran tacos. El sentido práctico volvió a mí, y pensé que había que llamar a la Policía para avisar de lo ocurrido. Intenté buscar mi teléfono móvil, pero estaba muy hundido en el abrigo. Junto a mí estaba un chico, que supongo también iba a clase, le pregunté si tenía un móvil pero no me escuchó. Sus oídos estaban tan huecos como los mios.


Una vez "comprendido" lo que pasaba, retrocedimos hacia atrás, por si caía algún cascote. Poco a poco fui recuperando la audición, casi al mismo tiempo que se empezaban a escuchar las primeras sirenas de Policía. En ese momento de la biblioteca empezaba a salir un tropel de gente. Unos móvil en mano llamando a sus familias, otros con lágrimas por el susto, y otros mirando con cara de estupor e impotencia como un coche bomba ardía delante de ellos. Mientras hablamos unos con otros, encontré al fin mi teléfono móvil y llamé a casa para tranquilizar a mis padres. Y al mismo tiempo temía que pudiera haber víctimas. Afortunadamente sólo hay que lamentar heridos leves.


Estuve durante mucho tiempo andando sin saber muy bien donde ir. Quería buscar a alguien conocido para hablar. Necesitaba contar lo que había pasado, no sé muy bien porque pero necesitaba expresarme. Tras deaumbular un rato, tuve suerte y encontré a dos compañeros del periódico. Y junto a ellos, siguiendo las instrucciones de la Policía, abandonamos el campus. No sé cuanta gente había allí, pero eramos muchos. Llovía a cántaros y todos caminábamos, dirección Iturrama, como hormiguitas en procesión, sin prisa pero sin pausa. Intentaba llamar a la gente, pero la señal comunicaba. A mi móvil no paraban de llegar mensajes de llamadas perdidas de uno de otro. Antes de subir a la villavesa, de vuelta a casa, pude llamar a todos. Aprovecho desde aquí para dar las gracias a todos los que se han preocupado por mí.


Llegué a casa y mis padres me dijeron que fuera a Urgencias a mirarme los oídos, por si podía tener algún daño con la onda expansiva. En la puerta me encontré a una compañera del periódico, y cumpliendo con mi deber de periodista, o de alguien que necesitaba contar a todo el que pasaba lo que ha visto. No lo se muy bien, conté lo que había visto dos horas antes. Mientras hablaba con mi compi, había un equipo de televisión al lado, que al escuchar mi relato hizo lo que tenía que hacer, recoger mi testimonio. He salido en el informativo de Telecinco, y mi familia me ha visto por la tele, aunque debo decir que me hubiera gustado aparecer en las pantallas porque Osasuna, mi querido equipo, ha hecho algo grande. Pero la vida es así, a veces estas donde no hubieses querido estar y ves lo que nunca quisiste ver.


Ahora, aun con el susto en el cuerpo, hay una pregunta que sobrevuela mi cabeza ¿Por qué? Porqué ha tenido que poner la bomba ahí. Porqué hay gente que quiere arreglar todo a golpe de dinamita. Porqué nos han atacado a nosotros. Algunos dicen que ha sido un milagro que no pasara nada más y yo estoy de acuerdo con ello. Hay momentos en los que me pregunto, qué me habría pasado si llegó a pasar por el lateral del parking en ese momento, si me habría pasado algo grave o peor no pudiese contarlo. Pero prefiero no pensarlo mucho, es algo que me atormenta. La suerte se ha aliado conmigo y ha evitado que no me pasara más que un tremendo susto y una imagen que va a tardar mucho en borrarse de mi memoria, la de ese coche explotando. Siento la chapa y el orden confuso de mis ideas, pero necesitaba desahogarme, contar lo que había visto, sentido. Nada más, sólo me gustaría recordar una frase de la canción de Mago de Oz, la Costa del Silencio, que ojalá algún día se cambien las espadas por rosas.


martes, 14 de octubre de 2008

Requiem por Ziganda


Nadie quería decir nada en voz alta, pero los malos resultados que estaba cosechando Osasuna invitaban a creer que pronto Ziganda abandonaría el banquillo rojillo. Bien es cierto que nuestro club no se caracteriza por destituir a sus entrenadores (él último despido fue el de Miguel Sola hace 11 años) pero en esta ocasión las sirenas de alarma ya se habían encendido, y la paciencia de la siempre fiel afición osasunista se había acabado. Todo aficionado al fútbol quiere ver resultados y cuando estos no llegan empieza a inquietarse y expresar su desesperación. Es lógico, nadie quiere que su equipo pase apuros. La pasada temporada todos sufrimos con el corazón en un puño durante el último encuentro de Liga. Y si nos salvamos no fue porque lo hicimos bien, sino porque el Mallorca hizo lo que nosotros debimos hacer ganar aquel partido.


Dice el refran que "Año Nuevo, Vida Nueva", pero parece que en nuestro caso esta maxima no se ha cumplido. Cuando empieza una nueva campaña la afición se vuelve a ilusionar, aunque luego las cosas no salgan bien, pero se comienza la temporada con la ilusión de que en esa campaña las cosas salgan mejor que en la anterior. Pero nada de esto ocurrio este año. El equipo volvía a ofrecer la misma imagen, y para colmo los puntos que sumaba Osasuna eran sólo por empates. Era obvio que algo pasaba en el club.


Cuando Ziganda tomó las riendas del conjunto rojillo, debo reconocer que no me causo una gran alegría. En el año 2006, Osasuna acababa de firmar la mejor temporada de su historia y había conseguido con su cuarto puesto lograr el histórico pase a la Champions. Todos nos habíamos subido a una nube. En mi caso, era la primera vez que iba poder ver a mi equipo jugar en
Europa. Me dolió la marcha de Aguirre, pero cuando a uno le ofrecen más dinero, todos somos humanos y vamos donde mejor nos pagan. Así es la vida. Y llegó el 'Cuco'. En aquel momento pensé que el de Larraintzar no era el técnico adecuado para conducir al equipo en su aventura europea. Era la primera vez que entrenaba a un equipo de Primera División y enfrentarse a tan importante reto en su primer año en el banquillo era algo difícil de superar. Yo soñaba con ver el Reyno cubierto de estrellas durante mucho tiempo, y por ello esperaba que el club confiara en alguien que tuviese más experencia. Pero Ziganda fue el elegido y todo el mundo merece tener su oportunidad, así que decidí darle un voto de confianza.


Nos eliminaron a las primeras de cambio, y nos tuvimos que marchar a la UEFA, que tampoco estaba nada mal y conseguimos llegar a las semifinales. Volvimos de nuevo a hacer historia. Por aquel entonces se decía que Ziganda había aprovechado los logros de Aguirre y por eso había conseguido lo que había conseguido. Pero el mexicano ya no estaba en el banquillo, sino que su inquilino era un antiguo jugador de Osasuna. Por tanto, es a él a quien tenemos que agradecer esta gesta. Quiza esto sea lo más positivo de su paso por Osasuna pero desde luego no es lo único. En todas las personas pesan más las virtudes que los defectos.


Y la gran virtud de Ziganda es su saber estar. Siempre dijo lo que debio decir y actuó como debió actuar. Incluso en el momento en el que la mayor parte de su bloque duro marchó a destinos mejores, Ziganda afrontó con entereza la dificultad de conjuntar una nueva plantilla. Cuando los árbitros cometían claras injusticias contra nosotros, el Cuco, excepto una ocasión en la que no pudo más, no perdió la compostura. Nunca impuso a la directiva cuales eran sus preferencias a la hora de fichar, se conformó con lo que le traían. Sin rechistar.


Con un nuevo bloque intentó, en su segunda temporada, que el equipo jugase al fútbol y maravillara a todos los aficionados que domingo tras domingo acudían al Reyno o se sentaban detras del televisor para ver las evoluciones de los rojos. Pero, por desgracía, en la vida las ganas y la buena voluntad no siempre garantizan que las cosas vayan a salir bien. Y poco a poco vimos como Osasuna caía en picado en la clasificación. Parecía que nos había mirado un tuerto. Ziganda reconocía que las cosas no iban bien, pero pese a todo nunca perdió la esperanza.


Pero en el fútbol lo que cuentan son los resultados, y los de Osasuna no eran buenos. Después de lo visto la pasada temporada y con la impresión de que las cosas no iban a cambiar, la afición empezó a pedir al ya ex-técnico osasunista que se fuera. En estas ocasiones se suele recurrir a la socorrida frase de que ya ha cumplido un ciclo. Es evidente que Osasuna necesitaba un cambio, y había que poner remedio antes de que llegara la enfermedad. Pero las formas de hacerlo no han sido las adecuadas. Al menos, el señor Izco podría haber tenido la delicadeza de acompañar a Ziganda el día de su despedida.


Tan sólo me queda agradecer a Cuco que haya conseguido que el equipo juegue las semifinales de UEFA. Desde aquí desearte todo lo mejor para el futuro.